Al mismo tiempo que el otoño desviste a los árboles, el calor crece en mis manos, humedece los dedos, las palmas. Sostengo lo suficiente hasta que inevitablemente sube hasta mis pómulos. Rojos ahora, se hinchan.
Siempre me sucede lo mismo cuando intento teletransportarme delante de los demás. No puedo contenerme y necesito escapar de la quietud, entrar en un movimiento constante que no se detenga hasta atravezar el infinito de mi estado sobrenatural.
Siento un revuelto en el estómago que remarca el sonido que la voz de mi consciencia emite. Es grave este sonido. También agudo. Con un tono fuerte y discriminatorio, que cualquiera de ustedes -se los aseguro- no lo soportaría jamás.
Lo que nunca pude afirmar es si las ondas sonoras rebotan en las estrellas, si deambulan por el espacio dando cuenta de mis desgracias. Creo que es ésta mi duda que revuelve mi pensamiento racional, que al querer ser moralmente inteligente se sumerge en un río sin orillas.
De todas maneras no me doy por vencido. El sol sigue saliendo para calentar la tierra aunque no esté seguro donde se esconden las semillas.